Fotografía de la hinchada de Junior en el estadio Metropolitano Roberto Meléndez.Hinchada de Junior en el estadio Metropolitano Roberto Meléndez/internet.

No hay mejor plan que ir al estadio. No existe comparación con ese ritual de caminar rumbo al Metropolitano, venga usted por la Murillo o esquivando huecos de la Circunvalar. Subir el “caracol u oreja”, sentir el calor de la tribuna, cantar a todo pulmón y abrazarse con un desconocido después de un gol del Junior.

El estadio, en esencia, debería ser un espacio de encuentro, de familia, de identidad colectiva. En Barranquilla, más que en cualquier otra ciudad del país, el Metro es un templo donde se mezcla la cultura caribeña con la pasión futbolera; lo que debería ser alegría plena se ha convertido en una experiencia cada vez más marcada por la incertidumbre y el miedo, motivos que sustentan algunos hinchas que reconsideran ir cada jornada.

El Día del Hincha del Junior de Barranquilla debería ser una fecha para celebrar la identidad caribeña, un carnaval futbolero en las tribunas que reafirme el lazo entre un club y su gente. Pero lo que se vivió en el Metropolitano ante Bucaramanga marca un punto de inflexión y denota lo que muchos se jactan de argumentar acerca de una apatía del hincha rojiblanco por ir al estadio.

Lo que comenzó con música, banderas y expectativa terminó en disturbios, agresiones y miedo. Un empresario apuñalado en plena tribuna, hinchas desalojados, denuncias de fallas en los filtros de seguridad, taquilla caída que generó colapso a la entrada, jugadores provocando y respondiendo a la hostilidad: un cóctel que transformó la fiesta en drama.

Lo fácil es pedir más policías en el estadio, como si el problema se resolviera llenando las gradas de uniformados. Pero la violencia en el fútbol no es un asunto de pie de fuerza. Es un fenómeno complejo, con raíces sociales, culturales y políticas. Lo que pasa en el Metropolitano conecta con lo que se ha visto en El Campín, en Palmaseca, en el Atanasio, y hasta en Avellaneda, Argentina, donde hace pocos días un partido internacional entre Independiente y Universidad de Chile se convirtió en un campo de batalla.

El fútbol, que debería unir, se transforma en válvula de escape de frustraciones y en escenario donde grupos de personas que se hacen llamar “hinchas” se sienten con licencia para la violencia.

El silencio institucional es igual de grave. En Junior, tras los hechos contra Bucaramanga, reinó la discreción. Ni el club, ni la Dimayor, ni los dirigentes parecen querer profundizar en el debate. Y mientras tanto, el hincha común como lo es la familia, el padre que lleva a su hijo, la mujer que quiere disfrutar el espectáculo, se aleja del estadio. Porque no hay plan más hermoso que ir al Metro, pero tampoco más arriesgado cuando la fiesta se convierte en caos.

El problema va más allá de la logística, ni es de instalación de cámaras, ni de mejores torniquetes, es más profundo; lo peor, los clubes prefieren pagar sanciones económicas y cerrar tribunas antes que asumir la responsabilidad de transformar esas dinámicas.

Lo que necesita el fútbol colombiano no es más policía, sino un estudio serio de la sociología  del hincha, programas de pedagogía, inversión social en los barrios donde nacen y se organizan las barras, protocolos de transparencia en la relación club–hinchada y, sobre todo, voluntad de las instituciones para dejar de maquillar la violencia. Llamar a estos hechos “aislados” es una mentira que ya nadie debe creer.

Para ir terminando este escrito que sale de forma visceral, Junior, club que atraviesa un momento deportivo en el que se habla de remontadas, de liderato, de que Alfredo Arias sigue con variantes, de que “Titi” Rodríguez casi siempre aparece como héroe salvador; debe entender que la grandeza de un club no se mide solo en victorias, sino también en la forma en que protege a su gente.

Hacer silencio frente a la violencia es traicionar al verdadero hincha, ese que paga boleta, que se pone la camiseta y que solo quiere disfrutar el espectáculo, aquel hincha que lleva a su hijo por primera vez al estadio y quiere que tenga un hermoso recuerdo trasmitiendo un sentimiento tan hermoso como amar estos colores.

Junior visita a Millonarios en El Campín con la ilusión de romper una racha de ocho años sin ganar allí. Habrá análisis tácticos, discusiones arbitrales, héroes y villanos en la cancha. Pero más allá del resultado, el verdadero reto está fuera del rectángulo: recuperar la confianza en el estadio, porque no hay mejor plan que ese, pero debe ser un plan seguro, alegre y familiar. De lo contrario, el fútbol colombiano se arriesga a vaciar sus tribunas y a perder lo más sagrado que tiene: el hincha que, pese a todo, sigue soñando con la fiesta en paz y ver al equipo de sus amores.

Por Víctor De La Hoz

Comunicador social y periodista en formación, de la Universidad Autónoma del Caribe. Aficionado de Junior, la selección Argentina y seguidor de Lionel Messi.

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